El cierre de la campaña presidencial para la segunda vuelta,
a realizarse este 17 de diciembre, vino a confirmar lo que ha sido esta
contienda: una larga lista de ofertas y ofertones, al estilo Falabella y
Ripley, para endeudar incautos. Lo mismo sucedió en la primera vuelta con los
demás candidatos, salvo Eduardo Artés que proponía cambios estructurales y
ofrecía un programa de participación popular y desarrollo de ideas. Hoy en la
política chilena no se plantean ni desarrollan ideas, menos un proyecto país
participativo, donde las elites dejen de sabotear la construcción de una
democracia de verdad.
En el proyecto de Piñera y Guillier, donde ellos funcionan
al estilo de las dos multitiendas mencionadas, los dirigentes de los partidos
políticos y los parlamentarios electos y en ejercicio, ejercen el papel que
ejercen los autodenominados “rostros” para las grandes empresas comerciales:
embaucar para endeudar. En este caso, lanzar trigo para disfrutar cuatro años
más de sus prebendas a costa de las penurias de todo un pueblo. Por lo tanto,
lo que está en juego no es un proyecto de país, sino quién administra por el
siguiente período presidencial un sistema político-administrativo-económico
controlado férreamente por la elite.
Eso es todo. Lo demás son pamplinas. La Concertación (hoy
Nueva Mayoría) desde 1990 que está en connivencia con la derecha: trajeron de
vuelta a Pinochet desde Londres, muchos de sus militantes “ejemplares” tienen
boletas de Soquimich y han sido funcionarios de AFPs, Isapres y otras empresas,
con el avisaje estatal financian a El
Mercurio y Copesa, han permitido a las FFAA y Carabineros robar a destajo,
etcétera. Gracias a estos hechos se ha concedido a la derecha actuar como si
fueran mayoría en el país, defender la dictadura nazi-fascista de Pinochet y
poner en cuestión las violaciones a los derechos humanos. ¿Entonces, de qué se
quejan hoy?... llamando al pueblo a votar para que los salve de Piñera.
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