La cámara de diputados ha aprobado legislar el “cambio” o
modificación del sistema binominal de elecciones parlamentarias. Un sistema que
obviamente todo demócrata está de acuerdo en eliminar, pues ha sido el sistema
de elecciones más execrable del mundo. Pero, ojo. Modificar o corregir este
sistema no significa, como ha dicho en tono emocionado, el ministro Elizalde,
que: “si
salimos adelante con esta iniciativa vamos a tener democracia de calidad,
democracia con mayúscula”. Una democracia con mayúsculas no depende
exclusivamente de un sistema electoral, que por lo demás seguirá siendo ajeno a
la voluntad popular y continuará marginando la participación del pueblo en las
grandes decisiones políticas y económicas. En todo caso, es simpático Elizalde, y cada vez
que lo escucho se me viene al oído alguna canción de Jorge Negrete. Respecto a
las palabras de algarabía del ministro Peñailillo, está claro que no es Séneca
ni Cicerón.
Una democracia con
mayúsculas se consigue, primero, con algo muy simple en el aspecto
eleccionario. Por ejemplo: Si en un distrito existen dos cupos, estos deben ser
asignados a la primera y segunda mayoría, punto. Si son tres los cupos, lo
mismo. El arrastre de candidatos a través de votos debe ser eliminado de raíz.
Tampoco deben existir pactos ni nada de eso por intermedio de partidos o
coaliciones, cada candidato debe tener el derecho a inscribirse individualmente
y sin traba alguna para participar en las elecciones. Y lo fundamental:
instaurar el plebiscito como máxima autoridad legislativa y revocatoria de
cargos. Además debemos tener un parlamento unicameral. Esto para comenzar.
Porque existe otro problema a resolver, que es histórico-cultural, y porque no
decirlo, de decencia política, ético. Esto significa entender de una vez por
todas que ser legislador es una tarea colectiva y en beneficio de todos y no un
escalafón que da paso a privilegios personales. También se debe entender que el
parlamento no está para favorecer los intereses de grupos empresariales ni para
entregar nuestros recursos naturales a las transnacionales. Menos entregarles
la educación, salud, previsión, vivienda e industrialización general. Un Estado
bien organizado, sin fines de lucro, democrático y decente puede ser más eficaz
y justo que cualquier empresa privada.
PD:
Fábula 60 de Babrio
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